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sábado, noviembre 28

"UN MINUTO PARA EL ABSURDO" (Anthony De Mello)

“Una buena manera de descubrir tus defectos –dijo el Maestro- consiste en observar qué es lo que te irrita de los demás”.

Y contó cómo su mujer, que había dejado una caja de bombones en el estante de la cocina, descubrió una hora más tarde que la caja pesaba bastante menos: todos los bombones de la capa inferior habían desaparecido y habían ido a parar a una bolsa de papel que se encontraba entre las pertenencias de la nueva cocinera. Para no poner a ésta en una situación enojosa, la bondadosa mujer del Maestro, volvió a colocar los bombones en la caja y guardó ésta en una alacena, a fin de evitar posibles tentaciones.

Después de la cena, la cocinera anunció que dejaba su trabajo aquella misma noche.

- “¿Por qué?, ¿Qué sucede?”, preguntó el Maestro.
- “No quiero trabajar para personas que roban”, fue su desafiante respuesta.

******

El Maestro, que era alérgico a las ideologías, dijo en cierta ocasión:

“En una guerra de ideas, las víctimas son siempre personas”.

Y más tarde explicaría: “La gente mata por dinero o por poder. Pero los más implacables asesinos son los que matan por sus ideas.

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El Maestro impartía su enseñanza: “El genio de un compositor se halla en las notas de su música; pero analizar las notas no sirve para revelar su genio. La grandez del poeta se encierra en sus palabras; pero el estudio de éstas no revela su inspiración. Dios se revela en la creación; pero por mucho que escudriñes la creación, no encontrarás a Dios, del mismo modo que no descubrirás el alma por mucho que examines el cuerpo”.

Llegado el momento del diálogo, alguien preguntó:

- “Entonces, ¿cómo podemos encontrar a Dios?”
- “Mirando la creación, no analizándola”.
- “¿Y cómo hay que mirarla?”

- “Si un labrador intenta buscar la belleza en una puesta de sol, lo único que descubrirá será el sol, las nubes, el cielo y el horizonte de la tierra… mientras no comprenda que la belleza no es una “cosa”, sino una forma especial de mirar. Buscarás a Dios en vano mientras no comprendas que a Dios no se le puede ver como una “cosa”, sino que requiere una forma especial de mirar… semejante a la del niño, cuya visión no está deformada por doctrinas y creencias prefabricadas”.

El padre de uno de los discípulos –una discípula concretamente- irrumpió en el recinto donde se hallaba el Maestro impartiendo su enseñanza.

Ignorando a todos los presentes, el individuo le gritó a su hija:

- “¡Has dejado una carrera universitaria para sentarte a los pies de este loco!, y, ¿qué es lo que te ha enseñado?

La muchacha se levantó y, con toda tranquilidad, condujo a su padre afuera y le dijo: “Estar con él me ha enseñado lo que nunca podría enseñarme ninguna universidad: a no tenerte miedo ni dejarme impresionar por tu vergonzoso comportamiento”.

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Alguien preguntó al Maestro si creía en la suerte.

“Por supuesto que sí”, respondió irónicamente. “De lo contrario, ¿cómo puede explicarse el éxito de aquellas personas que no le agradan a uno?”.

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El Maestro era realmente despiadado con quienes se complacían en la autocompasión o en el resentimiento.

“Recibir un agravio”, decía, “no significa nada, a menos que uno insista en redordarlo”.

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El Maestro hablaba de una mujer que había presentado ante la policía una denuncia por violación.

“¿Puede usted describir al agresor?”, le preguntó un oficial.
“Bueno, para empezar era idiota…”
“¿Dice usted que era idiota?”
“Sí, eso he dicho. No tenía ni idea, ¡y tuve que ayudarle!”

Las risas se acallaron cuando el Maestro añadió: “Siempre que os sintáis ofendidos, mirad si no habéis ayudado al ofensor”.

Aquello suscitó un rumor de protestas, por lo que el Maestro prosiguiö: “¿Acaso puede alguien ofenderte si te niegas a admitir la ofensa?”.

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«La gente no está dispuesta a renunciar a sus celos y preocupaciones, a sus resentimientos y culpabilidades, porque estas emociones negativas, con sus 'punzadas', les dan la sensación de estar vivos», dijo el Maestro.

Y puso este ejemplo:

«Un cartero se metió con su bicicleta por un prado, a fin de atajar. A mitad de camino, un toro se fijó en él y se puso a perseguirlo. Finalmente, y después de pasar muchos apuros, el hombre consiguió ponerse a salvo.

«Casi te agarra, ¿eh?», le dijo alguien que había observado lo ocurrido.
«Sí», respondió el cartero, «como todos los días».

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El Maestro afirmaba que el mundo que ve la mayor parte de las personas no es el mundo de la Realidad, sino un mundo creado por sus mentes.

Cuando un sabio quiso contradecirle, el Maestro puso dos palos sobre el suelo formando la letra «T», y le preguntó: «¿Qué ves ahí?»
«La letra T», respondió el otro.
«¡Lo que me suponía!», dijo el Maestro.
«No existe la letra T; no es más que un símbolo que hay en tu mente. Lo que hay ahí son dos pedazos de rama en forma de bastón».

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«Cuando hablas de la Realidad», dijo el Maestro, «intentas expresar con palabras lo Inexpresable, de manera que lo más seguro es que tus palabras no se entiendan. Del mismo modo, las personas que leen esa expresión de la Realidad que llamamos 'Escrituras' se vuelven estúpidas y crueles, porque no siguen la lógica de las Escrituras, sino lo que ellas piensan que dicen las Escrituras».

Y lo ilustraba con una parábola:

«El herrero del pueblo contrató a un aprendiz dispuesto a trabajar duro por poco dinero, y se puso a instruirlo:

“Cuando yo saque la pieza del fuego, la pondré sobre el yunque; y cuando te haga una señal con la cabeza, golpéala con el martillo”.

El aprendiz hizo exactamente lo que creía que le habían dicho, y al día siguiente se había convertido en el nuevo herrero del pueblo».

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«¿ Cuál es el secreto de tu serenidad ?», preguntó el discípulo.

«Cooperar incondicionalmente con lo inevitable», respondió el Maestro.

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El monasterio se estaba quedando pequeño, y hacía falta construir un edificio mayor, por lo que un comerciante extendió un talón por valor de un millón de dólares y lo puso delante del Maestro, el cual lo tomó y dijo: «i Estupendo! Lo aceptaré».

El comerciante quedó decepcionado: aquella era una enorme suma de dinero, y y el Maestro ni siquiera le había dado las gracias...!

«Hay un millón de dólares en ese talón», le dijo.
« Ya me he dado cuenta».
«Aunque yo sea un hombre muy rico, un millón de dólares es mucho dinero…»
«¿Deseas darme las gracias por ello?»
«iEres tú quien debería darlas!»
«¿Por qué yo? Es el donante quien debe ser agradecido», dijo el Maestro.

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Un discípulo tuvo que salir corriendo hacia su casa cuando le dieron la noticia de que ésta estaba ardiendo por los cuatro costados.

Como era ya un hombre de cierta edad, todo el mundo le manifestó su pesar a su regreso.

El Maestro, en cambio, le dijo:
«Esto hará que la muerte te resulte más fácil».

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«La persona que ha alcanzado la Iluminación», decía el Maestro, «es la que ve que todo en el mundo es perfecto tal como es».

«¿Y qué me dices del jardinero?», le preguntó alguien, «¿también es perfecto?»

El jardinero del monasterio era un jorobado.

«Para lo que se supone que ha de "ser en la vida”, respondió el Maestro, «el jardinero es un jorobado perfecto».

La idea de que todo en el mundo es perfecto era más de lo que los discípulos podían aceptar. De modo que el Maestro trató de expresarlo en conceptos más fácilmente inteligibles:

«Dios teje tapices perfectos con los hilos de nuestras vidas, incluidos nuestros pecados.
Si no somos capaces de verlo, es porque miramos la otra cara del tapiz».

Y de una manera más sucinta:
«Lo que para algunos no es más que una piedra que brilla, para el joyero es un diamante».

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«¿Qué es lo que buscas?»
«La paz», dijo el visitante.
«A quienes pretenden proteger su ego, la verdadera paz sólo les ocasiona trastornos», le dijo el Maestro.

Y a un grupo religioso que había acudido a verle y a pedirle su bendición, le dijo
sonriendo maliciosamente: «Que la paz de Dios os inquiete siempre!».

******

A su regreso de un viaje, el Maestro habló de una experiencia que, a su manera de ver, constituía una parábola sobre la vida:

Al parecer, durante un breve alto en el camino, entró a almorzar en un moderno
restaurante, en cuyo mostrador se veían deliciosas sopas, tentadores pollos al curry y toda clase de platos apetitosos.

Pidió que le sirvieran una sopa.

«¿Viene usted en el autobús?», le preguntó la robusta camarera.

El Maestro asintió con la cabeza.
«No hay sopa».

«¿Y pollo al curry con arroz hervido?», preguntó el Maestro desconcertado.
«Si viene usted en el autobús, tampoco hay pollo al curry. Puede usted tomar bocadillos.

Me he pasado la mañana preparando esa comida, y sólo tiene usted diez minutos para comerla.

No voy a permitir que coma usted una comida que no va a tener tiempo de saborear».

******

Los discípulos se escandalizaban de que el Maestro evidenciara tan escasa inclinación hacia el culto.

«Encuentra un objeto de veneración», solía decir, «y muy devotamente, eso sí, te distraerás de lo que es esencial: el conocimiento que conduce al amor».

Y en apoyo de su tesis solía citar las palabras de Jesús sobre los que dicen «Señor, Señor», y luego son totalmente inconscientes del mal que realizan.

En cierta ocasión, se permitió regalar un plátano a un atolondrado visitante, el cual empezó a sentir tal veneración por el regalo que no sabía qué hacer con él.

Cuando se lo contaron al Maestro éste hizo uno de sus típicos comentarios: «Decidle a ese asno que se lo coma».